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Fernando de la Luz

...De sobra sé que fui, soy y seré siempre el mismo...

...De sobra sé que fui, soy

y seré siempre el mismo...

La casa de las amazonas

Prólogo

La segunda entrega literaria de Fernando de la Luz –Fernando Bello para quienes lo tratamos coloquialmente– es una colección de dieciséis cuentos titulada La casa de las amazonas. En esta oportunidad, y como lo anuncia el título, todos los cuentos tienen como protagonistas y / o personajes principales a mujeres que son el eje de una historia que las toca, las transforma, las descubre frente a los ojos de un lector sorprendido, o simplemente engolosinado.

En La casa de las amazonas reaparecen algunos elementos que caracterizaron a De la tierra húmeda, primer volumen de cuentos del autor. Lo más evidente tal vez sea la presencia de la que se ha vuelto una de las geografías obligadas en la literatura de Bello, la tierra húmeda, esa región del Estado de Veracruz caracterizada por el frío, la bruma que desdibuja el contorno de las cosas. El autor ha hecho de este mundo su espacio ficcional, su Comala, su Macondo, su pueblo de coordenadas que ya no tienen nada que ver con la Altotonga que aparece en los mapas de la zona.

Pero no es ésta la única geografía del libro: también encontramos pueblos de aires más norteños, y a la propia Ciudad de México y su centro histórico como uno de los escenarios descritos con el detenimiento, cariño o ironía del que es capaz el ojo narrativo de nuestro escritor.

En esta segunda obra está presente el elemento autobiográfico de manera tal vez más contundente que en el volumen anterior, sobre todo cuando se trata de la crónica familiar. Sin embargo, el lector no puede bajar la guardia: aún en el caso del más autobiográfico de los textos, la literatura es artificio, manipulación, y un escritor como Fernando Bello lo sabe bien.

Una de las vetas literarias que es posible rastrear en De la tierra húmeda es la de lo gótico, que en dicho volumen se manifestó en la creación de atmósferas oscuras, espacios aislados, personajes atrapados en sus propias cárceles psicológicas y, en algunas ocasiones, la presencia del elemento sobrenatural. En La casa de las amazonas vuelve a ser este modo literario uno de los explotados por el autor, aunque yo no clasificaría como góticos todos los textos en los que hay una presencia de lo extraordinario o sobrenatural. Tal es el caso de un texto como “De madrugada”, en el que las visitas de ultratumba no buscan provocar el terror en los personajes del cuento, ni en el lector: los fallecidos que regresan al mundo de los vivos lo hacen para tomar una taza de té, y se permiten familiaridades con el “más acá” que, por su tono e intención, son más características del Realismo Mágico que de las oscuridades exploradas por la tradición gótica.

Sin embargo, hay otros textos como “Frente al espejo” o “Marisela Wilson” que sí son francamente góticos. En el primero de ellos, el vocabulario ha sido seleccionado de manera cuidadosa para ir oscureciendo una atmósfera que en un principio nos parecía inocente o cotidiana. La descripción de las veladoras como “esotéricas”, o las “capas de humo que empañan el espejo” van preparando el camino para la irrupción de lo sobrenatural, aquí sí en un contexto que deja de ser lúdico o erótico para convertirse en siniestro.

En esta misma línea, “Marisela Wilson” es una deliciosa reescritura del Frankenstein de Mary Shelley, con sus toques a la Elena Garro o a la Guadalupe Dueñas. Estamos aquí frente a un texto impredecible y bien resuelto, que demuestra que no toda la narrativa de Fernando de la Luz es una recreación de la vida cotidiana en el ámbito rural.

Pero hasta ahora no he mencionado uno de los motivos más característicos de este libro, el de lo postal. A lo largo de la colección descubrimos textos que no sólo encuentran su sentido de unidad en la presencia constante de personajes femeninos, sino en el tema del correo: su historia, su funcionamiento, la figura del cartero, o la carta como el elemento dichoso o fatal que transforma la vida de los personajes o revela, para ellos y para el lector, el misterio de la historia.

Este es un mundo poco explorado en la narrativa mexicana, así que el conocimiento y el entusiasmo con el que Fernando Bello lo recrea son en sí mismos una aportación. En el cuento que lleva el mismo nombre que el libro “La casa de las amazonas”, la imagen de las cartas y sobres esparcidos por las calles, “en los patios, en las azoteas, encima de los carros, atrapadas entre los árboles y arbustos y a punto de introducirse por las alcantarillas y el drenaje” bien podría ser una metáfora del libro entero: un volumen sobre el que llueven cartas o sobre el que, a veces, se desploma la melancolía de lo mancillado.

Y aún nos falta hablar del tema de la fatalidad en esta obra. Hay una buena dosis de determinismo que cruza a varios de los textos de esta colección. Me refiero a la fatalidad como destino, como la entendían los griegos en sus tragedias. Así, más de un personaje no puede escapar de las cuatro paredes del convento o de su existencia claustrofóbica en un pueblo aislado del mundo. Marcela, en “Nadie sabe…”, o María Campanas, en el texto que lleva su nombre, son ejemplos de personajes femeninos vitales, transgresores, asertivos que, al final, sucumben ante acontecimientos que escapan a su control. En estos casos, el poder adquirido por medio de la sexualidad apenas descubierta y el ejercicio de la voluntad se ve obligado a doblar la cerviz ante un mundo que se niega a darles una oportunidad.

Aprovecho la mención del cuento “María Campanas” –uno de mis favoritos- para acercarme a las conclusiones de este comentario. Se trata de un texto ambicioso, bien logrado, en el que están reunidas muchas de las virtudes de este libro. Aquí tenemos a un personaje femenino verosímil, que se transforma a lo largo de la historia, siendo uno de los motores de su desarrollo el descubrimiento de la sexualidad, la pérdida de la inocencia. El elemento erótico, como en toda esta colección, está manejado sin cortapisas, aunque nunca cruza la frontera hacia el territorio de lo pornográfico. El cuento incluye un homenaje a Sara Montiel como figura de época, como icono de la sensualidad femenina, y una recreación de la fiesta brava, en versión mestiza y de bajo presupuesto. “María Campanas” demuestra que todo cabe en un buen cuento sabiéndolo acomodar, y que de la pluma de Fernando Bello brotan anécdotas y personajes con una abundancia que deslumbra.

La casa de las amazonas es un libro de espectro temático amplio, habitado por personajes entrañables que nos acompañarán más allá de las páginas de la obra. Fernando Bello ha corrido riesgos y sale victorioso de una segunda batalla literaria que complacerá a los lectores acostumbrados a su prosa elegante, de mirada atenta y de mundos recuperados.

Aurora Piñeiro

Autorretrato - Fernando de la Luz

De mujeres, con mujeres, para las mujeres... - Ignacio Martín

Escribiendo desde detrás de la puerta - María del Pilar Leal Fernández

“sigilosamente, y aguantando la respiración para no ser sorprendido, me hice chiquito detrás de la puerta…”

Así comienza “De mujeres”, uno de los cuentos que integran este libro, pero esta misma idea bien podría resumir la filosofía con que Fernando se enfrenta al nuevo universo femenino que protagoniza La casa de las amazonas. Mujeres de distintas edades y condición, de distintas épocas y generaciones, madres, hijas, nietas, amantes, amigas, circulan por las páginas de este libro que destila la enorme fascinación que ejerce el género femenino sobre el autor. El acierto de Fernando , a mi modo de ver, es que no pretende engañar a nadie; se trata de una mirada masculina que, con grandes dosis de ternura, observa desde los márgenes tratando de penetrar y comprender ese misterioso mundo de mujeres que, a fuerza de cotidiano, se le escurre entre los dedos.

Casi de puntillas, sin grandes estridencias, Fernando parece pedirnos permiso para entrar en esa habitación propia de cada una de nosotras, para tratar de encontrar la respuesta a la eterna pregunta de quiénes somos, indagando entre recuerdos, esperanzas y deseos reprimidos. Así, de su mano, penetramos en cocinas y comedores, acercándonos olores y sabores, tan familiares para muchos de nosotros; nos asomamos a dormitorios y alcobas; nos contemplamos en espejos que nos devuelven la imagen del paso del tiempo.

El tiempo… éste resulta ser una gran constante en este libro, ese tiempo del que las mujeres parecen ser guardianes, ahora que “los jóvenes olvidan pronto”, como dice otro de los cuentos; tiempo pasado, memoria de los tiempos idos, que nos recuerda quiénes somos , de dónde venimos. En estos cuentos escuchamos recuerdos y anhelos, sueños y pesadillas, historias de familia que quieren recuperar un pasado perdido y que hacen posible que los fantasmas del ayer vengan a visitarnos cada noche , porque en los cuentos de Fernando la distancia entre pasado y presente desaparece ; pasados que regresan, presentes que se trasladan al ayer, milésimas de segundo que permiten recordar vidas enteras, minutos que nos permiten reencontrarnos con quienes fuimos en otro tiempo, en otro lugar. Y es que, como dice Fernando, el tiempo “es sin vivir y existe sin ser”

Ese tiempo es a la vez el gran enemigo de algunas de estas mujeres, ese tiempo presente que pasa de manera inexorable condenando a la soledad, cerrando puertas, matando esperanzas.

En muchos casos, las mujeres que protagonizan los cuentos se encuentran insatisfechas, desesperadas; sienten que han desperdiciado parte de sus vidas. Sin embargo, pese a todo no son la imagen del fracaso o el sacrificio; son mujeres que no renuncian al amor, pero sobre todo no renuncian a su sexualidad y sensualidad, no se resignan a que sus vidas discurran en la monotonía , en el vacío, no renuncian a la oportunidad de ser felices, a su última oportunidad, aunque ésta, en muchos casos, sea un fracaso más. El resultado final es lo de menos; lo importante es que al menos hubo un momento en que sus vidas fueron suyas, las hicieron suyas. Y es que, lejos de ser mujeres pasivas, encarnación del sacrificio, las mujeres que protagonizan estos cuentos parecen haber llegado al punto en que es necesario tomar las riendas de sus existencias, enfrentarse a las murmuraciones, a las obligaciones impuestas o autoimpuestas; incluso tienen el valor de enfrentarse al tiempo y a la muerte, si lo que pretenden es conocer o reencontrarse con figuras del pasado o con amantes que no pertenecen a este mundo.

Por momentos, los cuentos de Fernando parecen casi una crónica costumbrista; junto a las historias de estas mujeres, tal vez indisolublemente pegados a ellas, Fernando nos va dejando aromas y sabores, calles y costumbres, que nos ayudan a hacer un recorrido por parte de la geografía mexicana y su historia. Así, la ciudad de México es el marco de algunos de los cuentos donde la aparente protagonista femenina es un simple pretexto, ya que la verdadera protagonista es la ciudad, presentada también como ente misterioso e impredecible, que tiene sus propias reglas, que como otra mujer más es penetrada por los personajes entre el respeto, la admiración y la fascinación, ciudad que siempre oculta ángulos nuevos, donde en un claro homenaje a Aura, los números y las calles se confunden, calles que como dice “Un problema de nomenclatura” pueden contener:: “Toda una vida en la historia de México”.

Es el México de la Ciudad de los Palacios, lleno de nostalgias y recuerdos, el México del olor a pescado descompuesto, de la música de los organilleros que se entremezcla con el ruido de la licuadora del puesto de jugos, pero es también el México de los callejones que se retuercen a capricho y por los que de repente se pueden aparecer un grupo de vacas; el México de las ciudades perdidas donde todo el mundo se conoce por el apodo y donde puede ocultarse la puerta de entrada a otras épocas.

De la mano de Fernando y sus cuentos también viajamos al Cañón de Juchipila y a Zacatecas, paseamos por las orillas del Papaloapan en Alvarado o visitamos el noroeste del país: Guaymas, Santa Rosalía, Mulegé, Loreto, Culiacán, Mazatlán, Concordia…; pero también nos asomamos al México prehispánico o al colonial.

Otro de los grandes aciertos de Fernando es haber logrado una curiosa convivencia entre la crónica casi costumbrista y el relato fantástico, donde la cotidianidad más absoluta se da la mano de forma natural con la existencia de otros mundos paralelos y posibles; qué puede haber más normal que el hecho de que una mujer mayor reciba la visita de su madre y su abuela, que charle agradablemente con ellas y tomen de té de jazmín con galletas o agua de jamaica, recordando tiempos pasados o saldando cuentas pendientes… No son pocos los cuentos de este volumen donde las mujeres tienen una conexión especial con los sueños, convertidos en una vía de comunicación especial entre el mundo de los vivos y el de los muertos.

No quisiera terminar este texto sin referirme a otra de las grandes pasiones de Fernando que, no podía ser de otro modo, también está reflejada en este libro: el correo. Quien conozca a Fernando sabrá que por más de siete años trabajó como el encargado de cultura postal en el Servicio Postal Mexicano y desde entonces sigue manteniendo una estrecha relación con ese mundo, de ahí que no sea extraño que el tema de los carteros y las cartas aparezcan en varios de los cuentos del libro. Lo interesante es la curiosa vinculación que se establece entre las cartas y el mundo femenino, más allá de que convierta en carteras o encargadas del correo a varias de sus protagonistas; la carta parece formar parte natural de este universo femenino, tal vez porque forma parte del espacio de lo íntimo, de los sentimientos, de la familia, del hogar.

Fernando dignifica la profesión del cartero, lo convierte en una especie de héroe anónimo que debe enfrentarse al “problema de la falta de planeación urbana, el hacinamiento y la proliferación de las llamadas ciudades perdidas” , con una misión casi sagrada: es el nexo entre las familias disgregadas… Sólo ese cartero familiar y humano es capaz de una misión imposible, calles sin nomenclatura, cartas sin direcciones o con indicaciones que sólo conocen los vecinos y que no tienen nada que ver con los nombres oficiales… Lo resume muy bien uno de los personajes que aparecen en “Un problema de nomenclatura”, uno de los cuentos que aparentemente no tratan del Correo: “Las cartas llegan gracias a que nuestro cartero tiene veinticinco años en el rumbo. Y digo nuestro, porque lo sentimos como de la familia”

Este es el universo de Fernando, un universo que a fuerza de personal se nos hace terriblemente familiar y cotidiano; entornemos suavemente la puerta y asomémonos, el mundo que hay del otro lado de estas páginas nos cautivará.

María del Pilar Leal Fernández

De la presentación del libro en Xalapa, Ver.

Interior del libro e invitación a la presentación en el Centro Cultural Juan Rulfo, CDMX.